A un mes de la partida del santo padre, el recuerdo de su labor pastoral junto a los más desposeidos y el estrecho vínculo que mantenía con el santuario de Liniers, en la voz de uno de los históricos colaboradores de la parroquia.

“Cuesta caer en la realidad y entender que nuestro guía haya partido a la Casa del Padre”, comienza diciendo Walter Fernández, que lleva años participando como un activo colaborador del santuario de San Cayetano. Su figura, como la del resto de los servidores del emblemático templo de Liniers, resulta esencial para tomarle el pulso a ese símbolo de la fe que se yergue hacia un costado de la Estación. Se lo nota apesadumbrado, pero accede al pedido de Cosas de Barrio para retratar la figura del Papa Francisco cuando, en su labor pastoral como arzobispo porteño, aún era el Padre Jorge Bergoglio. “No quisiera personalizar la nota, porque como yo hay otros servidores que lo hemos tratado y hemos disfrutado de sus habituales visitas al santuario”, aclara a pura humildad.

Antes de recalar en el dolor de su partida, Walter agita el recuerdo de aquel 13 de marzo de 2013, cuando contra todo pronóstico el Colegio Cardenalicio ungió a Francisco como jefe y pastor de la Iglesia. “Asumió el 19 de marzo, Día de la Festividad de San José, patrono universal de la Iglesia. Recuerdo que ese día, sacerdotes y servidores nos juntamos muy de madrugada para ver cómo se convertía en el nuevo Papa a través de una gran pantalla”, evoca, y recalca que “apenas fue electo se refirió al nombre que había elegido, por San Francisco de Asís, alguien que abandonó toda riqueza, como nuestro Patrono San Cayetano, y expresó ‘¡cómo me gustaría una Iglesia pobre, para los pobres!”’, en una clara señal sobre cuál sería la línea pastoral que encararía en su papado”.

Walter sostiene que, para quienes lo conocieron y trataron, esa postura no les resultó extraña, en absoluto. “El Padre Jorge Mario Bergoglio era de origen jesuita, como el fundador de la Compañía de Jesús, San Ignacio de Loyola, que anteponía el servicio por sobre todas las cosas, principalmente a los más necesitados”, explica, y luego cuenta el estrecho vínculo que lo unió con San Cayetano. “Como Obispo Auxiliar visitaba nuestro Santuario a menudo, pero ya siendo arzobispo de Buenos Aires, a partir de 1998, y luego promovido a Cardenal por San Juan Pablo II, el 21 de febrero de 2001, sus visitas se convirtieron en un clásico. Era impensada una fiesta grande del 7 de agosto sin su presencia. Él celebraba la misa principal de las 11 entre una multitud de peregrinos que escuchaban su palabra y recibían su bendición”. Pero eso no es todo. “Durante su arzobispado -agrega- los encuentros de Pastoral Social se realizaban en el Instituto San Cayetano, contiguo a nuestro templo, donde podíamos acudir a escuchar y participar”.

Walter recuerda a Bergoglio como alguien que “siempre quiso estar cerca del Pueblo de Dios, por eso para nosotros siempre será un peregrino de San Cayetano. Y como era un cura cercano a la gente, al rebaño, también nos dejó como legado ser ‘pastores con olor a oveja’, y en nuestro caso como servidores, estar al pleno servicio del pueblo de Dios, ser empáticos y ponernos en el lugar del prójimo”.

El recuerdo de Walter se traslada ahora al arzobispo Bergoglio recorriendo la larga fila de peregrinos. “Se paraba a hablar con la gente, a bendecir. Alzaba a los pequeños y acariciaba a los ancianos, siempre con una sonrisa. Porque al contrario de lo que muchos creen, el Padre Jorge era un hombre de un buen humor, que sentía alegría al estar con la gente. Tal es así que cuando asumió en Roma prefirió una simple habitación de un albergue en la Ciudad del Vaticano, la Casa Santa Marta, sobre el fastuoso Palacio Apostólico”.

Para Walter, Francisco siempre siguió siendo el Padre Jorge, el que él conoció y trató en San Cayetano. “Él era el Papa de todos -sostiene- pero sentimos que, con nuestro Santuario, sus peregrinos, los sacerdotes, los servidores, tenía un sentimiento especial. Tanto que con gran sorpresa, el 6 de agosto de 2013, en vísperas de la primera Fiesta Grande sin su presencia física en la misa de 11, el entonces Párroco Jorge Torres Carbonell recibió un regalo desde Roma: un video para saludarnos a todos, que fue proyectado a la 0 hora de ese 7 de agosto”. Aquel video no sólo contenía un saludo, sino varios mensajes a imitar. “Allí nos decía que recorría la fila para encontrarse con San Cayetano y con Jesús, nos pedía que nos encontráramos con los más necesitados, que compartamos con ellos su dolor, sus problemas. Que no servía mirarlos de lejos sino ir a su encuentro. Nos indicó que, si dábamos una limosna o contribución, lo hiciéramos mirando a los ojos de esa persona. Nos pidió que construyéramos una cultura del encuentro. Pasaron casi doce años y todo eso aún resuena en nuestros oídos…”.

Walter y el resto de los voluntarios de San Cayetano, solían tener a Francisco como espejo. “Siempre predicó con el ejemplo -enfatiza- y expresó su preocupación por los más necesitados. Así lo hizo en sus cartas pastorales y encíclicas sobre los grandes temas sociales, como el medioambiente, la trata de personas, los migrantes, la pobreza extrema o la incorrecta distribución de la riqueza. Pudiendo tener actitudes de soberano o vivir con lujos, por el contrario, nos motivaba a ocuparnos de los más pobres y a convertirnos en un centro de ayuda a los más necesitados, ya sea brindando ropa o procurando un plato de comida caliente”.

Pero el hecho que tal vez marque a fuego el vínculo del Papa Francisco con el santuario de Liniers fue la canonización de mamá Antula, en febrero del año pasado, como la primera santa argentina. “Santa María Antonia de San José, a la que llamamos Mamá Antula, fue una mujer que, según los dichos del propio Francisco, ‘valía oro’”, sostiene Walter, y explica que, durante el papado de Francisco, en 2016, fue beatificada en su Santiago del Estero natal, desde donde vino caminando descalza hasta Buenos Aires hace muchos años. “Mamá Antula -explica- fue una mujer de acción que introdujo en nuestro país la devoción por San Cayetano, que nunca le hacía pasar necesidades, porque la Divina Providencia le daba todo lo necesario para atender las carencias de los desvalidos. Por eso Francisco siguió tan de cerca la causa de su canonización y logró que hoy la veneremos en nuestro Santuario como la iniciadora de todo lo que somos”.

Para quienes, como Walter, seguían de cerca la actividad de su papado, no era complejo advertir los guiños de Francisco para con el santuario de Liniers. “Tuvo la delicadeza de regalarnos una reliquia de nuestro Santito, enviada desde Roma para su veneración. Incluso, a través de quien fue sacerdote acá y luego fuera designado su secretario privado, el Padre Daniel Pellizzon, nos hizo llegar un cáliz para la celebración de la misa”. El colaborador del santuario recuerda además que, cada vez que un miembro de la comunidad parroquial podía viajar al Vaticano, “él se detenía especialmente en sus audiencias, al enterarse que veníamos de San Cayetano”.

Walter y el resto de la comunidad parroquial llevarán por siempre a su querido Padre Jorge -como desde siempre lo llamaron- en el corazón. “Es imposible no seguir su legado, bregando por la cultura del encuentro y repudiando la del descarte, la que deja niños, adultos y ancianos en la calle. La de una Iglesia en salida, que abre las puertas para recibir a todos, como lo subrayó en una de sus más ricas catequesis”.

Él sabe que la muerte trae tristeza y dolor, pero también sabe que no es el final de todo. “¿Cómo no pensar entonces que nuestro Padre Jorge no nos estará esperando en el cielo con un mate, el mismo que solía tomar con los servidores los días 7?”, se pregunta. Por de pronto, Walter, quien se define como “un peregrino más de San Cayetano, como nuestro querido Papa Francisco”, asegura que seguirá rezando por él y también por su sucesor, para que siga su ejemplo. Porque en San Cayetano, como les enseñó Jorge Bergoglio, el amor al prójimo, la mano tendida y la solidaridad, no se negocian.

Ricardo Daniel Nicolini

Por Cemba